Intro
El ambiente en la
cabina del avión es extremadamente tenso, piloto y copiloto sudan a
raudales, las sobrecargo han ordenado a los pasajeros que ajusten sus
cinturones, se oyen llantos de desesperación, otros claman a Dios
mientras abrazan a su familia ¿la situación? La aeronave ha perdido
la funcionalidad de uno de los motores, el desenlace de la situación
es incierto, pero nadie se atrevería a minimizarlo.
No es tan terrible...
Nunca me he
encontrado en una situación como la que acabo de describir y espero
nunca enfrentarla. Me imagino que mil cosas pasan por la mente de los
que están en vuelo en ese momento, unos haciendo un balance express
de sus vidas, otros renegando por las oportunidades que dejaron
pasar, el piloto tal vez pensando que debió de reportar ese pequeño
ruido, casi insignificante, que escuchó en el vuelo anterior, etc.
¿Se imaginan a alguien caminando por el pasillo del avión diciendo
“-Hey! No se preocupen! No es tan terrible!!”? Pues es eso
precisamente lo que sucede cuando se trata de hablar de contextos
históricos en la Biblia. Me explico.
¿Nos falta un motor?
Ok, tal vez la
situación no sea tan dramática... o tal vez si.
Durante muchos años
hemos escuchado sobre la importancia del contexto histórico en los
escritos bíblicos, eso es totalmente cierto, no podemos minimizar su
importancia, es clave para entender cuestiones como: la moneda en el
pez que atrapa Pedro para el pago del impuesto del templo, María (la
hermana de Lázaro) sentada a los pies de Jesús siendo instruída,
las “citas” de Pablo en el Areópago, etc.
He querido ilustrar
el tema de los contextos usando esta ilustración de los motores y he
insinuado que se encuentra uno de ellos perdido. Quiero hablarles de
los tipos de contextos a los que me refiero: el contexto histórico
de los eventos narrados y el contexto histórico del narrador de los
eventos.
Podría abordar el
tema desde cualquiera de los dos testamentos (antiguo, nuevo) y de
hecho sería un excelente ejercicio hacerlo en ambos y de manera
exhaustiva pero... simplifiquemos por ahora, usemos sólo el Nuevo
Testamento.
No son pocos los que
creen que los libros del NT se encuentran ordenados por orden
cronológico, es decir, primero los que se escribieron primero y
después los que se escribieron después (el nivel de esa revelación
que les acabo de dar amerita al menos que siembren en mi ministerio,
ok?) Si eres de los que acabo de describir lamento decirte que no es
así. Mateo es tal vez el último de los evangelios en escribirse y
los libros de Santiago y Judas son más tempranos que las epístolas
paulinas! Es más, hablando de las epístolas de Pablo, estas son
ordenadas por extensión de las obras y no por el orden en que se
supone se escribieron.
Acá va el ejemplo.
La producción literaria del NT comienza alrededor del 45 d.C. y los
evangelios recién se comienzan a escribir alrededor del 70 d.C.
siendo Mateo el más tardío de los sinópticos, cercano al 85 d.C.
El caso de los
evangelios es tal vez el más claro de estos dos contextos que he
señalado. Con frecuencia nos concentramos en el contexto de los
eventos narrados. Hablamos de costumbres de la época, de eventos
históricos paralelos a los descritos en el texto, etc. pero muy poco
nos ponemos a pensar en el contexto histórico del narrador el cual
describe eventos con al menos 35 años de distancia de los eventos
narrados. Al dejar de pensar en “ese” contexto, es muy fácil
perder de vista la intención teológica del que escribe y podemos
caer fácilmente en pensar que lo que el evangelista nos comparte en
un “informe cronológico” de los acontecimientos y que su
propósito es meramente descriptivo.
Existe una audiencia
a la que se dirigen los textos, una audiencia que necesita
narraciones mediadas por un sentido pastoral y no simplemente
histórico. La manía de que todo sea cronológico, históricamente
comprobable y libre de contradicciones la tenemos nosotros y no los
escritores de los evangelios!! No pretendo agotar el tema (apenas es
una introducción) Lo que espero es poder motivarte a investigar,
pero un ejemplo no viene mal:
Juan 20:27-29Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.
Juan, un evangelio
escrito alrededor del 90 d.C. menciona esta hermosa frase:
“bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” La frase está
enmarcada en una especie de reprensión a Tomás por no creer sino
hasta que vió al Cristo resucitado. La pregunta que surge es: En el
relato de los evangelios¿quién creyó sin haber visto? ... la
respuesta es tajante: NADIE. Todos creyeron porque vieron. Las
mujeres, Pedro, el resto de los discípulos, todos creyeron porque
vieron! Entonces ¿por qué esa reprimenda a Tomás? La respuesta no
está en el contexto de los eventos narrados, se encuentra en el
contexto del narrador, en su contexto, la mayoría sino todos,
creyeron sin ver al Cristo resucitado! Es curioso como este Tomás o
Dídimo, que traducido es gemelo, es como nuestro gemelo, uno al que
se le pide creer sin ver, como a nosotros.
Una Invitación
Hace unos años
atrás la Biblia no tenía para mi grandes misterios que resolver,
todo era muy claro, hasta que descubrí que su capacidad de
asombrarme había sido tomada cautiva por lecturas premasticadas que
sólo buscaban darle orden, coherencia, sistema. Digo, está bien
buscar cierta estructura, pero también es válido ver que ellas son
un texto indomable, que aún puede asombrarnos y que tiene múltiples
ángulos para admirarla. Mi invitación es esa: dejemos que el texto
sagrado nos asombre una vez más, despojemonos de las explicaciones
que pretenden dar el el caso por cerrado. Estamos en ese avión, un
motor no funciona y parece no importarnos, tengamos la valentía que
repararlo y nuestro vuelo será aún más emocionante.
Piensa... te va a
gustar!
"el nivel de esa revelación que les acabo de dar amerita al menos que siembren en mi ministerio, ok?" :D :D :D
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