Ira de Dios.




Las invitaciones han sido cursadas, lo único que falta es el llamado a “sentarse a la mesa”. Es el día de la cena y los invitados, rompiendo toda norma de buena educación, han dado las excusas más ridículas para no asistir:

“Tengo que ver un terreno que compré.” Vamos! ¿quién compra un terreno sin haberlo visto ya!?

“Tengo que probar cinco yuntas de bueyes”... Hey! nadie si quiera compra una yunta de bueyes sin haberla probado, el riesgo de que los bueyes no sean compatibles entre ellos no es un factor que se deja al azar.

“Tengo una mujer que “atender” pues me acabo de casar”... Esta excusa no sólo es grosera al rechazar la invitación, también deja implícita una grosería hacia su propia mujer.


Quién hace la invitación ha sido ofendido profunda e intencionalmente, es prácticamente un boicot en contra de la cena! Todo se preparó atendiendo a los invitados que asistirían, los adornos, los siervos, la comida, todo. ¿Se perderá todo?

La decepción se hace presente y junto con ello la ira. El anfitrión decide tomar cartas en el asunto y habla con su siervo: 


“Ve, busca a todos los que jamás podrán compensarme por haberles invitado, trae a los pobres, a los enfermos, a los rechazados, tráelos y llena mi casa de invitados, tendremos cena!”

La ira se ha transformado en gracia. (Lucas 12:31-21)

No recuerdo cuándo fue la última vez que mi ira se transformó en gracia, usualmente evoluciona en algo más destructivo que constructivo. La ira de Dios no se canaliza como lo hacemos los seres humanos, la ira de Dios es tan diferente a la nuestra, la ira de Dios decepciona a aquellos que gustan enarbolarla como medio de intimidación, la ira de Dios se traduce en gracia, en generosidad, en amor por aquellos que jamás podrán merecerla. ¿Mostraré algo de esa gracia en medio de la ira? ... espero poder hacerlo. ¿Lo harás tu?


Piensa... te va a gustar!

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