Una mujer indecente, una respuesta insólita





El Talmud Babilónico da cuenta de una historia en extremo interesante.

 Cierta mujer tenía dos hijos, ambos sacerdotes pero uno de ellos, el mayor, era ni más ni menos que el sumo sacerdote. Durante el día de la expiación, en el 18 A.D. aproximadamente, Ishmael, el sumo sacerdote, sale a la calle a conversar con alguien, durante la conversación le cayó saliva de este hombre sobre sus vestiduras. José, su hermano, tuvo que ministrar ese día en su lugar. Esa mujer vio a sus dos hijos como sumo sacerdotes en un mismo día. Los ancianos le preguntaron: “¿Qué has hecho para merecer tal gloria?”. Ella dijo: “En todos los días de mi vida, las vigas de mi casa no han visto las trenzas de mi pelo”.

Una mujer decente jamás se soltaría el pelo en público, esto estaba reservado a la cámara nupcial. Si una mujer casada lo hiciera (soltárselo en público) se le constituía a su esposo un deber religioso el divorciarse. Mostrar el pecho al descubierto era igual de grave que descubrirse el cabello en público. Así de terrible era el asunto, así de indecente dentro de la cultura judía.

Cuando Jesús es invitado a comer a casa de Simón el fariseo (Lucas 7:36-50) ocurre un evento  que podemos leer ahora de manera distinta: Una mujer se suelta el cabello para secar los pies de Jesús, pies que antes ungió y que mojó con sus lágrimas. La escena es singularmente escandalosa, obscena desde el lugar de los religiosos.

Jesús tiene al menos un par de opciones: Despreciar a la mujer para salvar el prestigio personal, que sería en realidad lo más obvio, o por el contrario, solidarizar con ella, recibirla y aceptar gustoso este particular gesto de gratitud. Jesús, como le es habitual, desconcierta a todos poniéndole como ejemplo frente a una atónita audiencia.

Donde todos ven un pecado para condenar, Jesús ve una vida que sanar…
Donde todos se escandalizan por la muestra de amor desplegada, Jesús se escandaliza de que no hayan más personas que se reconozcan necesitadas de un perdón que despierte ese tipo de amor…
Donde otros dudan de la calidad profética del invitado a la cena, ese mismo invitado muestra la valentía de un profeta al tomar el desprecio mostrado a esta mujer poniéndolo sobre si mismo…


Con una frecuencia atroz emitimos jucios despiadados sobre otros, fundados en nuestra ignorancia y nuestros temores. Preferimos un juicio inmediato que muestre "santidad" a la pausa misericordiosa que nos permita ver un poco más allá de lo que está en la superficie. La pregunta es evidente: ¿Qué somos capaces de ver?

Piensa, te va a gustar?

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