“Por amor a Dios y al prójimo…”


Elías es considerado uno de los baluartes dentro de los profetas del Antiguo Testamento. No era de muchas apariciones en público, no era de un carácter muy apacible, sin embargo hacía lo que debía hacer: Denunciar la injusticia.

El nombre de Dios había sido pisoteado por el rey Acab y su esposa, Jezabel, la adoración al Dios de Israel había sido reemplazada por la adoración a Baal, dios de la lluvia y a su consorte Aserá, diosa de la fertilidad. Elías es enviado a anunciar una sequía que duraría años, un golpe directo a Baal y Aserá debido a que la relación era simbiótica, sin lluvia “nada” es fértil.

Elías huye y al cabo de un tiempo se encuentra con una viuda y su hijo, ambos a punto de morir en Sarepta de Sidón, la misma región de la que procedía Jezabel. Es un tiempo en el cual el monoteísmo (creer en la existencia de un dios y adorarlo) se mezcla con la monolatría (creer en una diversidad de dioses pero elegir uno al que adorar) y en donde los dioses son territoriales.

En términos sencillos, los dioses tenían una jurisdicción que les restringía. Por eso YHWH es conocido como “el Dios de Israel”, algo que le conecta con un territorio y un pueblo en especial.
Podemos leer algo de esa cosmovisión de lo divino en el relato de Naamán el sirio (2 Reyes 5:17). Naamán pide al profeta poder llevarse tierra cargada en un par de mulas. Teniendo la “tierra santa” podría adorar al “Dios de Israel”.

Pero volvamos a Elías. Huye y, por una parte, una viuda le atiende, una viuda que está lejos de la “jurisdicción” de Jehová pero que de alguna manera entiende que este Dios no puede ser sólo local. Por otra parte, el profeta abre una brecha en la relación con los gentiles, de la misma forma en que Eliseo lo hará después con Naamán. Ambos ejemplos serán tomados por Jesús en su primer sermón en Nazaret y eso despertará la ira de la audiencia. (Lucas 4:16-28)

El tiempo pasa, la sequía ha terminado, el gran profeta no parece ser muy visible pero algo ocurre: Acab ha puesto los ojos en el viñedo de su vecino Nabot, lo quiere para plantar vegetales. Negocia con Nabot y este se niega a venderle. Tiene fuertes razones para no hacerlo, es una herencia familiar, es un regalo del pacto, distribuida a tribus,clanes y familias. La tierra no era simplemente un bien, era un testimonio de las promesas del Dios del pacto.

Los israelitas consideraban la tierra como del Señor, Acab, pese a ser un exponente poco pío sabe eso pero no así su esposa. En la cultura de Jezabel la tierra le pertenece al rey y por lo tanto “le consigue” el viñedo a su marido matando a Nabot. Elías va, denuncia y pronuncia el juicio de Dios sobre Acab y su familia. Los gobernantes no están por sobre la ley de Dios.

Pero ¿por qué el profeta que mató a cientos en el monte Carmelo defendiendo el nombre de Dios y denunció la idolatría se toma la molestia de ir a resolver un problema doméstico?

Muchos, por demasiado tiempo han pensado que amar a Dios es una cuestión que pueden desconectar de la relación que tienen con su prójimo. Para muchos es cuestión de marchas para exaltar a Cristo (que me parecen excelentes) pero sin atender al prójimo que de verdad sufre. Otros marchan en pro de la familia pero, en muchos casos, termina siendo una fachada piadosa para la homofobia. Para muchos todo es Monte Carmelo con fuego incluido pero no bajan al valle a ver lo que sufre el pueblo, presas de la injusticia. Escribo desde México en donde el grado de corrupción a nivel de autoridades es tal, que el rico se vuelve todopoderoso, pues todo lo puede arreglar con dinero y algunos con muerte.
No podemos amar a Dios y desconectarnos de nuestro hermano, no existe forma alguna de mostrar amor a Dios que no sea a través del prójimo, si alguien cree tal cosa es un hipócrita de talla mayor.

Piensa... te va a gustar!

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